martes, 26 de marzo de 2013

He comprobado que existe la cadencia sonora -en conjunto con la armonía de luces que le corresponde- necesaria para bañar de azul toda la sala, los libros azules y azul el cielo afuera pero también adentro (donde el techo ya no es techo sino que de tan azul se ha vuelto cielo).

Tuve la suerte de poder distinguir entre toda esa bruma incierta un mar de tiempos, donde cada cosa toma la forma de lo temido.

He atinado a intentar -casi vanamente pero no en absoluto- mirar el Sol con no sólo los ojos sino todos los poros abiertos a través de las palmas de mis manos abiertas y abierto cada pelo de mi cuerpo abierto.

Sigo buscando, no sé si temblando, la forma en que sin influencia mía ese Sol vuelva azul a ese mar, sin que se cierre mi cuerpo o se apaguen las luces.

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¿Y si, acaso, fueran las luces las estrellas, y ese mar el miedo nuestro, que de negro se volviera azul al abrir al Sol nuestra piel?


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