domingo, 21 de noviembre de 2010

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Eran cinco líneas: en cada una dormía un pez.
Entre cada una de las líneas había un mar con un ojo en cada gota, y en los ojos, las pestañas eran yuyo. Con flores en las puntas.
Los centros de las flores gritando, llamaban a las aves.
Cada ave llevaba en cada una de sus plumas una carta, y cada carta llevaba, en cada uno de sus espacios, una vida.

La muerte no cabía en el pentagrama, hasta que fue lunes.

La armonía culminó en un salto de pasión,
y aunque se sabía que un vientre no puede abrirse dos veces,
la lluvia y el Sol intentaron reencontrarse.
Pero era lunes, y un vientre no puede abrirse dos veces.
Quizás, una carta se mojó. O un ave se quemó. O se quebró una flor, o se desnudó un yuyo o cerraron las ojos o despertaron los peces, o una línea se olvidó.

Lo cierto es que era lunes, quedó un espacio vacío, la muerte entró y murió a todo para siempre.

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