Hubo varias miradas de reojo,
que, al final del principio,
dejaron de ser imperceptibles.
Estaba una vez, la primera,
mi pollera verde y la arena
y vos arrodillado más lejos.
La segunda,
mi vestido a lunares,
y el abrazo que no se animó.
Después fueron palabras por todos lados
poemas a nadie y
un par de bromas
un día de Sol, pileta y pasto,
ping-pong, música y comida,
esas cosas que se pueden hacer
tranquilamente
siendo uno
cada uno
sin los dos.
Pero después,
un sábado después,
se sumaron varias horas,
una torta de naranja
una charla de duraznos
una cuadra en bicicleta,
y otra más, y nada más.
Y después al día
se le sumó la noche
y después vinieron
la mañana,
la segunda cifra del día,
las preguntas;
y se fueron
las personas
el tiempo que quedaba
la vergüenza;
y las cosas que quedaron
y las cosas que se fueron
nos dejaron
tan repentinamente
juntos
nos quitaron
las ganas de dejarnos
solos
la idea de quedarnos
quietos
se volvíó
inesperadamente
absurda.
Y no importaba ya
que fueran las ocho,
las nueve,
las diez.
Y no importaba la gente
saliendo de las cañerías
inundando la ciudad.
Porque ese torbellino
era nuestro sólamente
y era la única inundación que importaba
empaparse de vos
de mí,
de ese nuevo los dos.
Y qué digo "era"
si las cañerías de gente
sabés, ahora,
tampoco importan.
jueves, 14 de noviembre de 2013
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