jueves, 23 de enero de 2014

Hay días en que todo
se vuelve un tanto confuso
-más bien son ratos, o quizás años-.
Estoy casi convencida de
no haber mencionado nunca
mi condición de ciudad.
Soy una ilusión de cristal,
un edificio de ladrillos,
un castillo medieval,
una tumba, una galaxia,
cualquier sitio que se pueda habitar
-para lo cual no se precisa
nada más que un habitante-.
También resulto ser
todas las habitaciones,
cada rasgo de persona
tiene espacio para ser, en mí,
habitada y habitante al mismo tiempo
-como yo-.
Y soy tantas, y tan grandes,
que no puedo contenerme
en espacios delineados de antemano;
yo soy tantas, tan cambiantes,
tan corruptas e inestables
que he debido ser también mi propio espacio.
Soy entonces
la ciudad en que deambulan
todas mis luces y mis sombras
soy mi espejo, mi reflejo y soy el agua
y soy los peces, las costillas,
soy la luz y soy la sombra,
soy el cielo y soy el Sol y soy su ausencia,
las paredes y el absurdo ilimitado
soy ellas, todas ellas,
soy sus pies al caminarme, soy
cuando camino, el suelo que me piso,
me grito, me quedo sin aire y
soy el aire y los pulmones
a la vez, así
me garantizo nunca
                             dejar de
                                                  respirar.

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