Todo puede, por lo visto, volverse infinito.
El Cielo y su inmensidad, el Sol y su luz.
La Luna, las estrellas y todo lo que brilla, y el brillo.
Todo infinito: el incunable color verde de la hierba, los años del yuyo, la poesía de la Tierra.
Infinito el croar de las ranas, el vuelo de las golondrinas, los ciervos.
Infinito todo lo que vive en el olor del jazmín, en el sonido único e infinito de la savia, en el vaivén de las pequeñas olas.
Sin embargo, por lo visto, todo puede volverse infinito; infinita la noche, la soledad, infinito y eterno el desamor.
Pero el pequeño pez alcanza a nacer antes de que el centenario árbol termine de caer, y en todo el infinito tiempo que tarda en morir el siguiente, el infinito Mar está ya repleto de infinitos nuevos peces.
sábado, 3 de diciembre de 2011
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